H.1.2.3za. Las zapatillas de Juancho

Jordi Artigas i Coch 19 junio 2017.                    

Se llamaba Juan pero le decían Juancho. Cerró cuidadosamente la puerta de la modesta vivienda, tratando de no hacer ruido para no despertar a su madre que, empezaría de inmediato a criticarlo y pedirle dinero.

En la modesta vivienda vivían él, con su madre y dos niños pequeños sin padre conocido. Le molestaba la pobreza de su vivienda, los tristes utensilios de cocina, el fogón destartalado, las camas desordenadas y el sucio sofá del cual asomaba la punta afilada de un resorte, justo en el centro. Le molestaba esa pobreza. Felizmente tenía un trabajo en una Pyme de producción de partes de calzado, donde le pagaban un sueldo aceptable cada semana. Hoy, recordó, pagarán al medio día.

La mañana pasó rápido. Al terminar su tarea, se fue al vestuario, se lavó y peinó cuidadosamente, luego se dirigió a la salida. Antes recibiría el sueldo y luego: la calle, la libertad, lo bello.

La rutina de los sábados, sin embargo, ya había sido detectada por los comerciantes del lugar que, a la salida del trabajo, les ofrecían diversos artículos pagaderos en cuotas semanales. Entre otros artículos, zapatillas deportivas Nike.

Cuando Juancho salió a la calle pasó frente a una caja con zapatillas Nike blancas. El corazón le dio un vuelco. Nunca había visto algo mas hermoso. Un vendedor se acercó atento y le susurró casi al oído: Total son cuatro cuotas semanales y Ud. va a estar aquí todavía. La mente de Juancho se llenó de imágenes: su madre y su pobreza, la vivienda, los niños, la falta de frazadas, el maldito sofá con un resorte saliendo agudo hacia afuera, la llave de agua que no cerraba bien, el pestillo de la puerta y otras faltas.

A pesar de su confusión, percibió un espacio de ánimo que le permitió ver que sí podría tener acceso a las zapatillas: Total él se ganaba su plata, y podía gastarla en lo que quisiera.

El atento comerciante intuyó el momento, y puso en las manos de Juancho una caja destapada con un par de zapatillas Nike blancas. La epifanía se produjo. Juancho pensó con absoluta claridad: En tres semanas todavía estaré en la pyme y recibiré mi sueldo semanal.

Se hizo el trato: Juancho le entregó la primera cuota en billetes y, el resto se selló con un tímido apretón de manos. Era un trato de “pasando y pasando”.

Juancho ya era dueño de unas zapatillas deportivas Nike. Las sacó lentamente de la caja donde reposaban envueltas en blancos y suaves papeles, cuidando que éstos no se rompieran ni arrugaran. Y se las puso. Le quedaban perfectas. Dejó la gran gualeta afuera, inclinada hacia delante y la sujetó con los increíbles cordones blancos, gruesos y suaves. Hizo un nudo, algo inventado en el momento, pero sirvió. Se puso de pie y se sintió distinto, era otra persona. Las zapatillas le quedaban justas. Movió los pies dentro de las zapatillas y estos se ajustaron aún mas, creando un contacto perfecto. Dio unos pasos y luego, un corto trote, y ya. Juancho ahora, tenía zapatillas propias y, eran Nike, blancas y limpias. Eran las zapatillas mas bellas que existían, igualitas a las de los anuncios de las revistas.

Avanzó y sintió su cuerpo ágil, los pies se movían casi solos. A medida que avanzaba, percibió que la gente lo miraba con envidia. Nunca antes los había sentido, y le gustó. Las gualetas se agitaban libres como para volar. ¿A dónde? ¡Que importa! Puedo ir donde quiera. No tengo límites, tengo zapatillas voladoras.

Entró a la vivienda y comprobó que la puerta no tenía el clavo oxidado que hacía las veces de cerradura. Dio un vistazo rápido a los cuartos y cerró los ojos. Por el momento pensó, no tenía cabeza para clavos ni esas cosas.

¿Hay algo de comer? Preguntó en voz alta. Su madre, desde algún rincón de la vivienda contestó: Si no trajiste algo, entonces no hay.

Juancho se sentó en el borde del jergón donde dormía y empezó a sacarse las zapatillas. Lo hizo con ternura, delicadamente. Desató los cordones. Y comprobó una vez mas que eran gruesos, suaves y largos. Recogió las gualetas, las dobló y las metió dentro de las zapatillas. Luego envolvió todo en el papel original, y las puso delicadamente en la caja. Las volvió a mirar con atención: eran las zapatillas mas hermosas del mundo y, eran suyas. Depositó la caja abierta bajo la cama. Se recostó sobre las frazadas y se estiró lentamente, como un gato. Bajó el brazo y tocó las zapatillas. Ahí estaban, como gatitos durmiendo, y él también se durmió, profundamente. Soñó que se ponía las zapatillas y caminaba rápido, luego corría y finalmente volaba. Lo que reconoció porque las nubes se acercaban rápido y tocaban su cara, impregnándola de frescura. Abajo se veían las casas, calles y parques y, gentes caminando. Pero él estaba arriba, respirando aire fresco y con el corazón lleno de gozo. Hacía giros increíbles, bajaba, tocaba el suelo y se volvía a elevar. Y la gente lo miraba y le sonreían. Algunos decían: Mira, allá va Juancho, el de la casa catorce, parece que va muy feliz con sus zapatillas nuevas.

Despertó nervioso. Un rayo de luz había pasado entre la pared y el techo, y luego se había depositado en su cara Bajó rápidamente el brazo y tocó la caja. Ahí estaban sus zapatillas blancas y mansas, esperándolo como perros prestos para salir a pasear. Sacó amorosamente las zapatillas de su caja y con gestos cuidados y lentos, se las puso. El silencio de la habitación creaba un cuadro místico a la ceremonia.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo desde la planta de los pies hasta la coronilla. Se puso el gorro Mademsa, dio un paso y luego otro hacia la puerta. Cundo pasó frente a un espejo apoyado en el suelo, se detuvo y se admiró. Continuó hacia la puerta, la que miró otra vez con odio   por el clavo faltante que hacía las veces de cerradura. En la calle se enfrentó a la gente, que parecía la misma que lo vieron volando. Les hizo un par de pasos bailarines y sintió que ellos se los celebraron. Aspiró profundamente el aroma de los árboles, de los autos y de los buses. Era el olor a Santiago. En realidad era el único que conocía, pero esta vez era mas fresco.

Llegó a la Pyme donde trabajaba y recibió la admiración de sus compañeros de trabajo. Sintió que se sonrojaba, algo   que no le había sucedido nunca antes, y sonrió.

Se puso los zapatos de trabajo y guardó las zapatillas en el casillero, cubiertas por un diario. No fuera a ser que les cayera una partícula de hierro caliente, o de mugre, o de aguas sucias.

Tomó un trozo de pan, y al morderlo, una partícula de pan cayó sobre una zapatilla la que rápidamente quitó con un soplido. Luego tomó una gran taza de té, con bastante azúcar, lo que sería su único desayuno.

Durante la jornada de trabajo, con la disculpa de ir al baño, visitó sus zapatillas, les pasó la mano por encima y comprobó que ahí estaban, echaditas como un perro.

Al término de la jornada, Juancho hizo el cambio de calzado, fue al baño, se lavó cara y manos y, se peinó cuidadosamente, imitando a su jugador de fútbol preferido. Se miró curioso en el espejo y se aprobó.

Le pareció que las zapatillas estaban ansiosas por salir a una nueva aventura. Y salieron felices. Ahí estaba Juancho y sus zapatillas Nike, bajo la atenta mirada del mundo. Cada dos o tres pasos hacía un pequeño salto y sabía que las gentes lo miraban atentos y le sonreían.

– Mire, dijo un pasajero a otro señor que casualmente había quedado a su lado en el bus. ¡Mire a ese pobre joven! Ahí tiene Ud. la explicación de por qué el país está como está, agregó con un gesto de asco en la cara. Es el consumismo continuó, con el gesto de desagrado. Ni yo podría comprarle esas zapatillas a mis hijos.

– No estoy tan seguro señor, respondió el acompañante accidental. Creo que ese joven está pasando por momentos de extrema felicidad, que posiblemente sea el único que tendrá en su triste vida. Le diré mi amigo que yo no creo en el consumismo. Es algo inventado por los ricos para mantener a los pobres aceptando su pobreza y convencerlos que no tienen capacidad para administrarse y que por lo tanto, tenemos nosotros que administrarles sus vidas. Dígame Ud. ¿Por qué, un pobre que se gana su salario, no puede ser enormemente feliz en algún momento de su vida? Sentir que se le hincha el pecho de felicidad, que en ese momento es importante, que es tan importante como los demás, como nosotros, sentirse admirado y, no seguir todo el tiempo pensando en su pobreza, deseando que el mundo explote y todo desaparezca.

– Ese joven, replicó el primer señor, debe trabajar mas, planificar sus gastos.

El segundo señor le respondió, explicándole:

– Pero eso, al final de cuentas le sirve solo a los empleadores, a los bancos, a los dueños de las tarjetas de crédito, al crédito directo del comercio. Los pobres-pobres, de esto no reciben prácticamente nada. Se me viene a la memoria una historia reciente, según la cual, le preguntaron al actual Papa Francisco sobre un problema que tenían dos jóvenes homosexuales que estaban pololeando y preguntaban si estaban autorizados para   comulgar en la Iglesia Católica. Y el Papa Francisco habría respondido: ¿Y quien soy yo para oponerme?

– ¡Hasta en esto meten a los curas! Contestó malhumorado el primer señor.

– No es asunto de curas, respondió el segundo, es simplemente si tenemos o no derecho a administrar la felicidad de los demás. Bueno mi señor, creo que hasta aquí no mas llegamos, y sin ponernos de acuerdo. Además ya estoy llegando a mi paradero. Ha sido un gusto conocerlo y le extendió la mano lentamente.

Fin